Las palabras de Joaquín al final del encuentro poniendo de relieve la importancia y trascendencia, valor psicológico y emocional («el partido más señalado del año», según dijo) del choque para los aficionados de la capital andaluza (para los aficionados de ambos lados) constrastó con el aspecto desangelado del estadio, vacío. Pese a que ya en la Bundesliga alemana se había podido constatar la extrañeza de un encuentro del máximo nivel, entre grandes clubes, sin público, aquí, en España, todavía no se había vivido en carne propia. Lo cierto es que no es lo mismo y que el apoyo o rechazo del público puede, con todo merecimiento, ser considerado (com así ha sido popularmente desde siempre) el «jugador número doce».
Sobre el césped, eso sí, calidad: la de los 22 jugadores y, sobre todo, la de los sevillistas, que tienen una enorme plantilla. No en vano, van terceros en la clasificación y gozan de un amplio abanico de posibilidades, tanto entre los que salen de inicio como entre los que se quedan en el banquillo. El mejor del encuentro fue el argentino Lucas Ocampos, que anotó uno de los goles de penalti -dudoso-, y dio el segundo en una asistencia afortunada de talón a la salida de un córner, con bote sobre el suelo, salvando la cabeza del defensor que quedaba justo detrás y dejando en franco remate a su compañero. Fue el segundo de un partido sin mucha historia, al que le faltó tensión. Los porteros, en general, pasaron desapercibidos. El checo Vaclik fue espectador de lujo y el verdiblanco, Joel Robles, no pudo hacer nada en los goles y tuvo poca participación. Sus actuaciones, en líneas generales, acorde con el espectáculo. Escaso, desvirtuado.
A destacar, en cualquier caso, de la vuelta de la competición, los cinco cambios permitidos (que serán fundamentales para evitar lesiones en un tramo de Liga muy concentrado de once partidos en unas pocas semanas y encuentros cada tres o cuatro días). Y el reconocmiento en el minuto veinte a las personas fallecidas por el covid-19. También hubo recuerdos para los jugadores bético y sevillista respectivamente, Miki Roqué y Antonio Puertas. La prueba, alternativa, de simular, vía herramientas tecnológicas, aficionados y cánticos, no parece que cuajara. Extraño oír y ver aficionados cuando la cabeza racionalmente sabe que no hay nadie. Señales neuronales contradictorias que no ayudan probablemente en mucho al disfrute del juego.
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