“Cruyff pertenece a ese 1% de la Humanidad que ha dejado huella”

Como jugador fue uno de los mejores de todos los tiempos y como entrenador perfeccionó una filosofía de fútbol que hoy es la base del juego moderno. Dejó un poso que solo está al alcance de unos pocos aventajados. La ‘Naranja mecánica’ de los años setenta ha pasado a la historia de este deporte, su ‘Dream Team’ con el Barcelona de los años noventa también. Era honesto y sincero hasta la exageración, tanto que tuvo también sus detractores. Guardiola posiblemente sea uno de sus alumnos más aplicados pero muchos de sus ex jugadores se dedicaron después a los banquillos. Situó el balón en el centro de todo, el fútbol ofensivo era su seña de identidad. La elegancia, creatividad y una pizca de genialidad, también. Aborrecía los corsés tácticos que limitaban la originalidad del jugador. Murió de cáncer en marzo de 2016.

Johan Cruyff pertenece al Olimpo de los más grandes, junto a figuras como Pelé, Maradona, Beckenbauer o Di Stéfano. Como jugador marcaba las diferencias. Estuvo a punto de ganar un Mundial liderando a la mítica y fabulosa ‘Naranja mecánica’ en Alemania 74 y con el Ajax se convirtió en leyenda ganando tres copas de Europa consecutivas. Fue un elemento clave de lo que vino a conocerse como ‘Fútbol Total’ y que hoy es parte esencial de la historia de este deporte. Y lo hizo sobre el terreno de juego pero también desde los banquillos. Como entrenador, marcó una época con aquel Barça de los años noventa: el  ‘Dream Team’ consiguió cuatro ligas seguidas y la primera Copa de Europa del club catalán. Fue una persona que influyó dentro y fuera de los estadios de fútbol. En marzo de 2016 murió de cáncer de pulmón.

 La frase del titular de este artículo corresponde a su hijo, Jordi Cruyff, pronunciada seis meses después de la muerte de su padre en una entrevista concedida a The New York Times. En esa misma entrevista aseguraba que él –como casi todos, pertenece a ese otro 99% no tan trascendente como Johan Cruyff´- y ponía en valor el recuerdo de su padre al destacar las muchas expresiones de afecto recibidas en gran diversidad de lugares del mundo por aficionados al fútbol que recordaban la figura de su padre e incluso llevaban en el móvil “fotografías del jugador de los años setenta”.

Cruyff fue un jugador extraordinario, uno de esos pocos que la FIFA sitúa en “el Olimpo” de este deporte al lado de figuras como Pelé, Maradona, Beckenbauer o Di Stéfano. De hecho, este último fue, según reconoció el propio Johan, uno de sus grandes ídolos de juventud. Como el argentino, Cruyff marcó una época. Fue un símbolo de un momento que algunos colocaron al nivel de grupos como los Beatles o los Stones. La ‘Naranja Mecánica’, como así se conoció a la selección holandesa en los años setenta, representó toda una revolución en el mundo del fútbol de la mano sobre todo del entrenador Rinus Michels y de Cruyff sobre el campo. No ganaron ningún Mundial pero estuvieron a punto en dos ocasiones. En el campeonato de Alemania 74 eliminaron a Argentina, Alemania Oriental y Brasil pero sucumbieron en la final frente a los germanos de Beckenbauer y Sepp Maier (2-1, frente a Alemania Occidental). A pesar de ello y de forma sorprendente, de aquel Mundial siempre se recordará más al subcampeón que al ganador, algo muy inusual en el mundo del deporte. Cruyff, sobre aquella dura derrota, aseguraba en su biografía, que no acusó en exceso el golpe ya que se sintió satisfecho por el papel logrado pese a no haber obtenido el título. Aquel campeonato fue la traslación a un gran torneo de selecciones de la idea del ‘Fútbol Total’ que llevó al Ajax en los años 71 a 73 a conquistar tres copas de Europa consecutivas y una Intercontinental, con Cruyff como gran estandarte. Esa misma idea llevó al combinado orange nuevamente a la final en Argentina, esta vez sin concurso de Johan Cruyff que no viajó, y que otra vez volvieron a perder. En aquel equipo pudieron descubrirse conceptos inusuales, originales, brillantes, en un fútbol esencialmente ofensivo. Sus premisas de trabajo y juego se fundamentaban sobre todo en el control del espacio, la flexibilidad táctica, la presión alta y el talento individual y colectivo.

Ya como entrenador, Johan Cruyff siempre aseguró preferir la calidad y brillantez al corsé de tácticas que limitaran la creatividad individual o pusieran el acento en los aspectos defensivos. De hecho, este fue uno de los conceptos en los que más hincapié hizo: quería que sus jugadores fueran responsables sobre el terreno de juego y tuvieran la capacidad de pensar y tomar decisiones por sí mismos.

Fue esta apuesta por el individuo concebida en el esquema de un colectivo, la que en época de jugador le llevó a no congeniar con el entrenador Weisweller en su etapa en el Barcelona, apenas el único técnico, aseguraba en su biografía, con el que mantuvo una mala relación. La razón, afirmaba, es que se trataba de un técnico  que ahogaba la libertad individual en pos de la rigidez táctica de un sistema. Al Barcelona había llegado en 1974 después de grandes éxitos con el Ajax, al que había ascendido al primer equipo con 17 años y con el que sólo dos años después de su debut ya alzaba su primer título de liga holandesa. Con el Barcelona protagonizó momentos históricos como el 0-5 en el Bernabéu o el golazo de patada espectacular de kárate en un balón al segundo palo contra el Atlético de Madrid que ha pasado a los anales de la liga española. Ese año los culés ganaron la liga, acabando de este modo con una sequía de 14 años sin hacerlo. En el momento del fichaje, por cerca de 1 millón de dólares, cifra astronómica en la época, el jugador aseguró llegar a un club con mucho nombre, potencial económico pero pocos títulos. Tras su marcha las vitrinas tampoco presentaban un aspecto demasiado mejor, como sí sucedería tras sus ocho años como entrenador entre 1988 y 1996.

En su etapa como jugador en Barcelona sufrió dos duros golpes extradeportivos: el primero, un intento de secuestro en 1977 que le llevó a renunciar al año siguiente a ir con la selección al Mundial de Argentina. En el libro dice que no quiso dejar sola a la familia durante 8 semanas, después de aquel incidente. Y el segundo, una ruina económica tras una muy mala inversión, “fraudulenta”, en un negocio, “del que no sabía nada”, en el sector porcino. Su suegro, después de ese duro revés, le aconsejó olvidarse de esas cosas y centrarse en lo que sabía hacer: jugar al fútbol.

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Después de una retirada prematura (1978), volvió a los terrenos de juego al año siguiente y se fue a la Major League norteamericana. Allí estuvo dos años para recalar brevemente en el Levante en segunda división. Después volvió al Ajax (1981) con el que consiguió la liga y la copa holandesa y fichó por el Feyenoord (1983), donde acabó su carrera, cuando los de Ámsterdam no quisieron renovarle por cuestiones de edad. En sus dos últimas temporadas como profesional y pese a ya tener 36 y 37 años respectivamente fue considerado «mejor jugador» de la liga holandesa. En su última temporada consiguió el doblete retirándose, ahora sí de forma definitiva, en el año 1984. Curioso o no, los analistas consideran que Cruyff desplegó su mejor juego entrado en la treintena, pasada ya la exuberancia física pero en plena madurez deportiva. En sus más de 500 partidos de clubes (521) disputados con cinco equipos anotó casi 300 goles (293), muchos de ellos (204) con la camiseta del club de su corazón, el Ajax de Ámsterdam, al que desde muy pequeño –su familia vivía muy cerca del estadio y tras la muerte de su padre, cuando Cruyff tenía 12 años, dio trabajo a su madre- siempre estuvo muy ligado.

Su carrera, por contra, a nivel internacional, con la selección fue muy breve: apenas algo más de cuarenta partidos (48) en los que anotó 33 goles. Quedará el interrogante sobre qué habría pasado si Cruyff hubiera viajado a Sudamérica en el año 78. El combinado orange llegó a la final y en opinión del delantero, cree que con él sobre el terreno de juego “habríamos conseguido el trofeo”. Lo dice en su libro y no parece un alarde de chulería o falta de modestia. Lo cierto es que era un líder sobre el campo capaz de cambiar resultados e incluso de variar los modelos tácticos sobre el terreno de juego. Era respetado y admirado. Y probablemente era consciente de ello. De ahí que también se destaque e incluso critique su gran autoestima, llegando en ocasiones a la soberbia. Era una persona que decía lo que pensaba, capaz de tomar decisiones drásticas como fichar por el Barcelona cuando sus compañeros en el Ajax eligieron a otro compañero como capitán o enemistarse de por vida con el presidente Núñez del Barça al enterarse por la prensa que iba a ser destituido como técnico en 1996.

Técnico creativo

Tras colgar las botas y sin la preparación como entrenador requerida –de hecho los estudios nunca fueron lo suyo, los dejó para preocupación de su madre a los 13 años-, empezó a dirigir al Ajax. En 1987 ya había conseguido para los holandeses una Recopa y estaba cerca su vuelta al Camp Nou, esta vez a los banquillos. Como técnico, sabía que era un “fichaje político de Núñez”, nunca tuvieron buena relación y dejó muy claro que dentro del vestuario mandaba él. Lo mismo que le aconsejó a Guardiola cuando le ofrecieron muchos años más tarde las riendas del primer equipo culé. Al llegar, Cruyff echó a una decena de jugadores, entre ellos el alemán Bernd Schuster, y empezó a construir su ‘Dream Team’, a partir de los conceptos del ‘Fútbol Total’ de la Holanda de los setenta. Tardó, según afirmó “10.000 horas de entrenamiento” en conseguir construir el equipo ganador que maravilló con su fútbol al mundo entero, con el que logró cuatro ligas consecutivas y la primera Copa de Europa del FC Barcelona, en 1992, en Wembley, contra los italianos de la Sampdoria con gol de de falta del holandés Ronald Koeman.

Durante esos años, tristemente también será recordado por haber sufrido una operación de by-pass, tras un ataque al corazón producido por el tabaco. De hecho, llegó a protagonizar un spot contra este hábito de la conselleria de Salut de la Generalitat de Catalunya, en el que decía: “El fútbol me lo ha dado todo, el tabaco casi me lo quita”. Desde ese momento y hasta el final de su vida, su salud se vería resentida por efecto de los cigarrillos. A pesar de  ello, después de aquel grave percance, fue habitual la estampa de Cruyff en los banquillos comiendo un chupa-chups. Una recaída en 1997 le llevó a renunciar a su carrera en los banquillos. Le quedaron, según sus propias palabras, algunas cosas pendientes. Como jugador “haber jugado en la Premier League inglesa” y como entrenador, haber tomado las riendas de la selección de su país. Poco antes del Mundial de Estados Unidos de 1994 estuvo a punto pero por discrepancias económicas con la Federación Holandesa no dirigió al combinado naranja.

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A finales de 2015 se supo que se le había diagnosticado un cáncer de pulmón que acabaría por costarle la vida. Johan Cruyff murió en marzo de 2016 entre la generalizada tristeza de todo el ámbito del fútbol mundial. Apenas unas semanas antes había manifestado estar ganándole la partida. Al final no fue así. Beckenbauer le calificó “casi como un hermano”, su ex pupilo Koeman como “el mejor entrenador que nunca tuvo”, Guardiola como “un genio, una leyenda y el hombre que cambió la mentalidad del Barcelona”, la Federación Holandesa aseguró “no tener palabras para explicar esta gran pérdida” y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino como “un símbolo del juego elegante, una inspiración, una fuente de admiración para los fans”.

Para el recuerdo quedarán decenas de anécdotas como el penalti ejecutado entre dos jugadores en 1982 con su compañero del Ajax Jesper Olsen, el “14” como su número de la suerte, frases como la pronunciada antes de la final de la Copa de Europa de 1992 “salid y disfrutad”, muletillas como “en un momento dado…”, situar el balón en el centro de todo en el fútbol (base del modelo de La Masía) y clave del éxito del Barcelona y la selección española, que también conecta con una frase pronunciada en un documental grabado con Valdano (“para muchos el fútbol se juega con los pies. Para mí, se hace con la cabeza y se ejecuta con los pies). Tenía una filosofía personal atrevida, sin “miedo al error” y que consideraba “un día sin reír como un día perdido”. Con su fundación desarrolló una importante tarea, aseguró recibir “más de lo que daba” y predicó una máxima aprendida del presidente de los Juegos Paralímpicos: “La gente con discapacidad no piensa en lo que no tiene, piensa en lo que tiene. Si sólo todos pudiéramos aprender a pensar así”. Su hijo, Jordi, en la entrevista con The New York Times, recordaba: “Siempre iba un paso por delante. Su cerebro nunca dormía”. //